El método de clasificación de libros que se utiliza en la inmensa mayoría de las librerías es, grosso modo, el mismo que se sigue en casi todas las bibliotecas, es decir, el Sistema de Clasificación Decimal Universal, también conocido como Sistema Dewey, capaz de dividir todo el conocimiento humano en diez grandes temas. Sin embargo, si nos centramos exclusivamente en la ficción literaria, lo más habitual es clasificar los libros primero en los grandes géneros ‒narrativa, poesía y teatro‒, para después volver a dividir el ingente género de las novelas en nuevos subgéneros. Es una clasificación tan habitual que difícilmente podríamos concebir otra más práctica. Pero que nos hayamos acostumbrado a ella no significa que sea la más lógica ni mucho menos que sea la única posible.

En un reciente artículo publicado en Bookstr, Emily Roese pone en duda el sentido de este tipo de orden. Si nos detenemos a pensar la cuestión en profundidad, en realidad la clasificación por géneros es tan aleatoria como otra cualquiera. No nos dice nada de lo que nos vamos a encontrar en el libro, ni de su trama ni de su tema, ni siquiera a un nivel superficial, y por supuesto no nos dice sobre cómo nos va a hacer sentir ese libro. ¿Y no es acaso esto lo más importante cuando leemos un libro? Es por eso que Roese defiende una propuesta hecha por el escritor Ben Marcus: organizar los libros no por géneros sino por emociones. De esta manera podríamos tener los libros organizados por estados de ánimo, por complejidad emocional, por la cantidad de energía que nos van a exigir.

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Por supuesto, Roese es consciente de la enorme complejidad que conlleva esta idea. Un mismo libro puede evocar diferentes emociones en dos lectores. Además, en un mismo libro pueden darse distintas emociones, a menudo encontradas, y no siempre es fácil determinar cuál es la que predomina. Sin olvidar la cuestión de bajo qué categorías sería clasificada esa hipotética librería emocional. En ese mismo artículo que comentaba Roese propone unas cuantas categorías e incluye algunos libros en cada una de ellas: pasión por viajar, nostalgia, mortalidad, optimismo, dolor, cinismo y goce.

La idea, aunque difícil de poner en práctica, no deja de tener su atractivo así que, al igual que Roese, me he animado a hacer mi propia propuesta de librería emocional. Por tomar como punto de referencia un criterio más o menos objetivo, he partido de las emociones básicas que vemos en la película de Disney Del revés, prescindiendo de la sorpresa: felicidad, tristeza, ira, miedo y asco. A estas se les podrían añadir, además, decenas de emociones complejas. Rápidamente salta a la vista la dificultad que implica clasificar libros bajo estas cinco etiquetas. Elijo un libro cualquiera, Harry Potter y el príncipe mestizo o su continuación Harry Potter y las reliquias de la muerte, y en ellos predomina casi con la misma intensidad la tristeza y la ira. Difícil elegir. La frontera entre la ira y el miedo o entre el asco y el miedo es muy delicada en algunos libros. ¿Puede una escena final convertir la felicidad en tristeza o la tristeza en felicidad? Quizá sean ganas de complicarse la vida, pero desde luego es un tipo de clasificación que parte de una comprensión más profunda de cada uno de los libros.

En cualquier caso, esta es mi propuesta de librería emocional, abierta por supuesto a opiniones, discusiones y modificaciones. Los libros están ordenados únicamente por criterios emocionales, sin considerar nada más como podría ser época, orden alfabético, prestigio o, por supuesto, género.

1. Felicidad:

En principio se podrían poner aquí libros del tipo de La conquista de la felicidad de Bestrand Russell o El arte de la felicidad del Dalai Lama. En realidad cabría cualquier libro de autoayuda. Aunque, como estamos en el terreno de la literatura de ficción, me limitaré a este. He incluido libros graciosos, porque conquistar la felicidad a fuerza de carcajada es un camino tan bueno como otro cualquiera. Podrían valer a este propósito: Maldito Karma de David Safier, Cuentos sin plumas de Woody Allen, Dioses menores de Terry Prattcher, La conjura de los necios de John Kennedy Toole , Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza, Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams, Las novísimas aventuras de Sherlock Homes de Jardiel Poncela, El diario de Bridget Jones de Helen Fielding, Un Yanki en la corte del Rey Arturo de Mark Twain, La vida secreta de Walter Mitty de James Thurber, La abadía de Northhanger de Jane Austen o La tía Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa. Algunos de ellos no es que sean especialmente graciosos, es que dan muy buen rollo.

2. Tristeza:

Alguna vez me he encontrado con lectores que evitan los libros tristes como si fueran la peste. El gusto de cada uno es respetable pero, volviendo a la película Del revés, hay que saber aceptar e integrar la tristeza como una parte natural de nuestras vidas. En ese proceso, estos libros pueden ser muy útiles: La carretera de Cormac McCarthy, Bajo la misma estrella de John Green, La ladrona de libros de Markus Zusak, Yo antes de ti de Jojo Moyes, Un puente hacia Terabithia de Katherine Paterson, Eleanor & Park de Rainbow Rowell, Romeo y Julieta de William Shakespeare, El diario de Ana Frank, De ratones y hombres de John Steinbeck, El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, Matar un ruiseñor de Harper Lee o La campana de cristal de Sylvia Plath.

3. Ira:

No necesariamente hay que incluir solo los libros que provocan ira sino que entrarían dentro de esta categoría cualquier libro en el que aparezca esta emoción en cualquiera de sus variantes. Al elegir los libros me he dado cuenta de que es un sentimiento muy habitual en la literatura. Podrían servirnos los siguientes: Un monstruo viene a verme de Patrick Ness, Carrie de Stephen King, Macbeth de William Shakespeare, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Luis Stevenson, Los juegos del hambre de Suzanne Collins, El arte de la guerra de Sun Tzu, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Un cuento de navidad de Charles Dickens, La naranja mecánica de Anthony Burgess o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

4. Miedo:

Esta es probablemente la categoría más sencilla de clasificar porque, de hecho, es la única que se corresponde con un género literario, el del terror. Siendo conscientes de esta pequeña ventaja, incluiríamos en nuestra biblioteca los siguientes títulos: En las Montañas de la Locura de H.P. Lovecraft, El Pozo y el Péndulo de Edgar Allan Poe, El resplandor de Stephen King, Guerra Mundial Z de Max Brooks, La Leyenda de Sleepy Hollow de Irving Washington, Otra vuelta de tuerca de Henry James, El Diablo de la Botella y Otros Cuentos de Robert Louis Stevenson, El Juego de las Maldiciones de Clive Barker, La feria de las tinieblas de Ray Bradbury, Soy Leyenda de Richard Matheson, Casa Tomada de Julio Cortázar, Apocalipsis Z: Los días oscuros de Manuel Loureiro, Frankenstein de Mary Shelley, La Condesa Sangrienta de Alejandra Pizarnik, Drácula de Bram Stoker o El Monje de Matthew Lewis.

5. Asco:

Si la anterior categoría era la más fácil, esta es la que me ha resultado más difícil, ya que como avisaba más arriba, la frontera entre el asco y la ira o entre el asco y el miedo no siempre está bien delimitada. Vaya por delante que el hecho de que haya incluido algunos libros en la emoción del asco no significa necesariamente que sean asquerosos sino que en algún momento esta emoción hace acto de aparición y es lo suficientemente significativa como para señalar el libro. Allá va mi propuesta: Cementerio de animales de Stephen King, La casa de hojas de Mark Z. Danielewski, American Psycho de Bret Easton Ellis, Meridiano de sangre de Cormac McCarthy, Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, El almuerzo desnudo de William Burroughs, Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade o El perfume de Patrick Suskind.

Fuente: La piedra de Sísifo